Victor Armando Gómez | Presidente de Hogares Claret

«Trabajamos para saber qué hay detrás de las adicciones y
la delincuencia, las drogas son sólo un síntoma»

Desde hace más de 40 años, la Fundación Hogares Claret acompaña a niños, niñas, adolescentes y adultos afectados por la marginalidad, la violencia, el consumo de sustancias psicoactivas y problemas de conducta en Colombia. Aprovechando su visita a Barcelona para ver el funcionamiento de otras entidades similares, hablamos con el presidente de la institución, el claretiano Víctor Armando Gómez, para conocer más de cerca este proyecto y su labor en America Latina..

  • En primer lugar, ¿nos puedes explicar cómo nació Hogares Claret y cuál es tu función en la fundación?

Los Hogares Claret nacen en 1984 en el área metropolitana de Medellín gracias al Padre Claretiano Gabriel Mejía. Él vio una necesidad muy grande que había en ese momento —y que sigue existiendo— de atender a personas consumidoras de sustancias: marihuana, cocaína, lo que allá llamamos “bazuco”. Junto con otras personas, laicos y seglares, decidió fundar esta organización para ayudar inicialmente a familiares de estos voluntarios.

Inicialmente, se ayudaba solo a adultos, pero con el tiempo los fundadores vieron que las necesidades iban mucho más allá. De hecho, ahora mismo, la mayoría de las comunidades, o los “hogares”, están destinados a ayudar a niños y jóvenes. Actualmente, como presidente, yo me encargo de coordinar el funcionamiento de estos programas de todo el país.

  • ¿Cuántos centros de Hogares Claret hay actualmente en Colombia y a cuánta gente atendéis?

Ahora mismo tenemos unos 27 centros repartidos en Medellín, Cali, Barranquilla, Pereira, cerca de Bogotá, en Sasaima, y en Santander. Allí atendemos a niños, niñas y jóvenes, desde los 10 hasta los 17 o 18 años. Estos chicos y chicas llegan a la fundación remitidos por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. En total, atendemos a más de 1.100 jóvenes a través de 50 programas en todo el país, en los últimos años hemos visto como esta cifra ha incrementado.

Los jóvenes a los que atendemos llegan a nosotros con diferentes historias: algunos llegan porque están cumpliendo una sanción por haber cometido un delito, ya sea menor o mayor, y están privados de la libertad con penas de dos, tres, cuatro años, dependiendo del caso. También jóvenes condenados por asesinato, estafa, robo, o por tráfico de estupefacientes. Finalmente, también atendemos a jóvenes y niños que han sido abandonados o que sus familias no pueden mantenerlos. Muchos de ellos han vivido situaciones de calle, con niñas que vienen de ejercer la prostitución o chicos que son utilizados para transportar drogas: al ser menores, la policía no los puede retener y los mantenemos nosotros.

  • ¿Cómo trabajáis con las personas a las que atendéis?

Estos jóvenes llegan remitidos por un juez de familia, que los envía al Instituto de Bienestar Familiar, y de allí a instituciones como la nuestra. Somos una entre varias organizaciones que hacen este trabajo en el país. Normalmente, estos jóvenes permanecen entre dos meses y uno o dos años en la fundación, dependiendo de muchos factores. También hay una modalidad ambulatoria, con la que trabajamos en Barranquilla o Pereira, en la que los niños van durante el día a los centros a estudiar y participar en terapias, y luego regresan a sus casas. En Barranquilla y Pereira tenemos varios centros así.

Cuando el Padre Gabriel creó la fundación, pensó en cuatro pilares a la hora de trabajar con todos estos niños y jóvenes: la espiritualidad, no necesariamente religiosa, la educación basada en la conciencia inspirada en la escuela del maestro oriental Maharishi Yogi (se les enseña a trabajar la introspección y la meditación trascendental), la familia, o personas como nosotros que puedan cumplir esa función, y el movimiento scout, ya que a través del juego y el trabajo en grupo se desarrollan muchas habilidades.

En cada hogar hay un equipo formado por psicólogos, trabajadores sociales, enfermeros y pedagogos. También contamos con un equipo de educadores que están las 24 horas del día con los chicos, porque no pueden estar solos por todo lo que implican.

  • ¿Cual es la principal problemática que sufren los chicos y qué mejoras veis en ellos cuando los atendéis?

El problema más recurrente son las drogas. Antes era por la marihuana y la cocaína. Ahora entre los jóvenes hay más consumo de drogas sintéticas como el éxtasis, que son más fáciles de conseguir y más baratas. También hay nuevas formas de adicción: redes sociales, pantallas, juegos, pornografía, además de las «socialmente aceptadas» como el cigarrillo y el alcohol.

Con nosotros recuperan habilidades para la vida: aprenden a manejar el estrés y la ansiedad, y a tratar bien a los demás. Si no consumen, es más fácil recuperarlos, pero la mayoría de los chicos tienen problemas familiares y legales, y necesitan procesos más largos. La droga es solo el síntoma, lo visible, y nosotros buscamos entender qué hay detrás, por qué se comportan así. 

Ahí entran en juego las familias. Rastreamos, en qué entorno viven, cuáles han sido las pautas de crianza, los límites o el rol de los padres.

  • ¿Cómo es la relación con las familias? ¿Facilitan vuestro trabajo o a veces son más bien parte del problema?

Nos encontramos de todo. Hay familias muy comprometidas y colaboradoras. Pero también hay familias totalmente desestructuradas: el padre en la cárcel, la madre también, hermanos asesinados o consumidores… Es un caos. Y muchas veces no colaboran porque ni siquiera tienen conciencia de que deben hacerlo.

Algunas familias dicen: “Ese es su problemas. Que él lo resuelva.” Y ahí es donde nosotros tenemos que trabajar con ellos.

Tenemos lo que llamamos el «Instituto de la Familia. Cada semana, en cada programa, hay sesiones con las familias. Se les dan pautas de crianza, se les habla de tipos de drogas, se les enseña a criar y a ser familia. Suena raro, pero es así. Se les enseña al papá a ser papá, a la mamá a ser mamá, a los hermanos a asumir su rol. Y eso da resultados.

En algunos casos, como cuando una niña cumple años, va toda la familia a celebrarlo, incluso si está privada de la libertad. Eso fortalece mucho a la joven y a las demás compañeras.

  • ¿Hay alguna historia que te haya impactado especialmente?

En la fundación hemos aprendido que no todo sale bien. Las adicciones son muy fuertes y muchos no logran superarlas. Pero hemos visto muchos casos positivos. Tenemos un programa llamado «Casa de Egreso», para jóvenes que terminaron su proceso con éxito. Les damos una casa y la posibilidad de seguir estudiando. Muchos de ellos ahora son ingenieros, psicólogos o abogados. Son conscientes de que van a ser toda la vida, y para ellos es una lucha diaria. Pero ver que han logrado superarlo es algo muy gratificante. 

También hay niñas que llegaron completamente derrotadas y al cabo de un año o dos están transformadas. A veces tienen caídas, porque la vida no es color de rosa. Pero siguen adelante. Muchas ahora son madres adolescentes, y su reto es sacar adelante a sus hijos sin repetir los mismos errores.

Créditos: Misioneros Claretianos Provincia Sanctus Paulus
https://www.claretpaulus.org/