
Compartimos con la Provincia la experiencia de los Ejercicios Espirituales Claretianos de la Región de Venezuela, realizados en Los Teques, del 10 al 14 de Noviembre de 2025.
Durante estos días, guiados por el Padre Giovanny Bermúdez, jesuita, y siguiendo la rica tradición de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, hemos tenido la oportunidad de detenernos y reflexionar sobre varios aspectos significativos de nuestra vida espiritual, comunitaria y misionera. A continuación, compartimos las principales experiencias y aprendizajes que nos han dejado estos momentos profundos de recogimiento y reflexión.
Empezamos nuestro retiro reconociendo las abundantes bendiciones que Dios nos ha dado. En medio de la rutina y el ajetreo diario, a menudo olvidamos mirar hacia atrás y ver todo lo que hemos recibido: la salud, la familia, los amigos, la comunidad que nos rodea, las misiones que tenemos… Cada uno de estos regalos merece ser celebrado. Durante esta primera etapa, nos tomamos el tiempo para agradecer sinceramente, no solo con palabras, sino con el corazón.
La dinámica de poner en práctica el agradecimiento fue intensa. Hubo momentos en los que pudimos compartir nuestras reflexiones, lo que nos permitió apreciar experiencias de vida diversas y, al mismo tiempo, encontrar un hilo común en nuestras historias y en cómo Dios ha estado presente en ellas. Nos dimos cuenta de que, a veces, la gratitud se ve eclipsada por preocupaciones y problemas cotidianos, pero aquí, en este espacio sagrado, tuvimos la oportunidad de poner el foco en lo bueno.
A medida que avanzamos en los ejercicios, comenzamos a profundizar en nosotros mismos. Aquí, la invitación fue a adentrarnos en nuestro interior y buscar respuestas a las preguntas que, a menudo, permanecen ocultas. ¿Qué nos mueve realmente? ¿Qué buscamos en la vida? Este momento de introspección fue fundamental, ya que nos llevó a descubrir nuestras motivaciones más profundas, esas que muchas veces están condicionadas por expectativas externas o por el ruido del mundo.
Nos encontramos con la realidad de que, en nuestro camino espiritual, hay distintos umbrales, espacios donde la misericordia se hace evidente, pero también donde pueden entrar el engaño y el daño. Reconocer estos aspectos fue liberador; nos dio una nueva perspectiva sobre nuestras luchas y desafíos y nos ayudó a comprender que todos llevamos cargas que, aunque pesadas, podemos compartir en comunidad.
Escuchamos la llamada atenta y diligente para seguirle.
Una de las claves de estos ejercicios fue escuchar. Escuchar no solo a Dios, sino también a nosotros mismos y a los otros. Reflexionamos sobre la necesidad de estar atentos a la voz del Señor que nos llama a seguirle. La figura de Jesús se convirtió en nuestra guía y, a través de las dinámicas propuestas por el padre Giovanny, llenas de citas literarias y poéticas, de pinturas, estética y arte, entendimos que seguir a Jesús implica una disposición constante para ser auténticos y valientes en nuestra vida cotidiana.
Cada día, los momentos de oración y meditación nos retaron a ir más allá de nuestra zona de confort y a proponernos dar pasos significativos desde la fe, inspirados por la llamada a vivir una vida más plena y generosa, más compartida y comunitaria. Sentimos la urgencia de hacer de cada encuentro una oportunidad para reflejar ese amor que hemos recibido.
Contemplamos la humanidad de Jesús encarnada en el mundo
El momento de contemplar la humanidad de Jesús fue, sin duda, uno de los más emotivos. No solo contemplamos a Jesús como el Salvador, sino también como un ser humano que vivió, sintió y sufrió. Reflexionamos sobre cómo esa encarnación se manifiesta hoy entre nosotros; cómo cada acto de amor, de servicio y de compasión es una forma de ver a Jesús presente en el mundo.
Esto nos llevó a cuestionarnos: ¿Cómo estamos nosotros reflejando esa humanidad y ese amor en nuestras propias vidas? Las historias de otros que luchan por un mundo mejor nos sirven de ejemplo y nos llevaron a comprometernos a ser agentes de cambio en nuestras comunidades, llevando siempre el mensaje de esperanza y amor que Jesús nos inspira.
¡Cuánto hemos aprendido sobre el amor! Un amor que no es superficial, sino que se vive con la plena conciencia de que, a veces, nos lleva a la cruz. Nos pusimos en la piel de aquellos que sufren y, en vez de alejarnos, decidimos acercarnos. Nos comprometimos a ser luz en la oscuridad y a acompañar a quienes están en dificultades, porque sabemos que el amor verdadero es aquel que se ofrece sin esperar nada a cambio.
Este reconocimiento de que el amor también puede ser doloroso fue un paso trascendental. Allí entendimos que no hay amor auténtico sin entrega y que seguir a Jesús implica abrazar también lo difícil, como lo hizo Él en su cruz y en la crucifixión.
Estamos alegres, nos ama, ¡nos ama! El amor como grito de esperanza
Finalmente, llegó el momento de la alegría. Nos dimos cuenta de que, a pesar de las dificultades, somos una comunidad amada. Las risas, la música y los momentos de fraternidad nos recordaron que la alegría es parte esencial de nuestra fe. El amor de Dios por nosotros es un grito de esperanza que debemos compartir con el mundo.
Al salir de estos ejercicios, llevamos en el corazón la certeza de que, aunque haya cruces, también hay resurrección. Estamos decididos a seguir a Jesús, quien nos muestra el camino hacia una humanidad verdaderamente humanizada: abrir el corazón como una puerta, como una búsqueda de la bondad; ser artesanos de esperanzas, porque el amor de Dios siempre está y lo improbable y lo imposible es posible en el Reino de Dios.
Al final del retiro, regresamos a nuestras vidas y comunidades con un renovado sentido de propósito, unidos en la misión de vivir y compartir este amor que transforma al estilo de Jesús. ¡Sigamos adelante, este viaje apenas recomienza! ¡Y recomienza al mejor estilo de Jesús, amando hasta el extremo, que es sirviendo! Por eso, nos ponemos en la mirada y en las manos de Jesús y en el Corazón que ama más, el de María.
