A caminar sin ti, Señor, no atino;
tu palabra de fuego es mi sendero;
me encontraste cansado y prisionero
del desierto, del cardo y del espino.
Descansa aquí conmigo del camino,
que en Emaús hay trigo en el granero,
hay un poco de vino y un alero
que cobije tu sueño, Peregrino.
Yo contigo, Señor, herido y ciego;
tú conmigo, Señor, enfebrecido,
el aire quieto, el corazón en fuego.
Y en diálogo sediento y torturado
se encontrarán en un solo latido,
cara a cara, tu amor y mi pecado.
Este himno litúrgico, lo rezó José Manuel, cuando cumplió cincuenta años de su sacerdocio misionero. Repasando sus líneas, no deja de sorprendernos, lo que pide el Evangelio, ir haciendo vida lo que vamos predicando. José Manuel fue un hombre de Dios, su corazón, sus pasos, siempre estuvieron anclados a Él. Muchas veces hablaste de la resurrección, decías, que ¡la muerte no es el final del camino, que aunque morimos no somos carne de un ciego destino…..! Que la vida ha triunfado sobre la muerte. José Manuel, creyó y confió, en esa vida nueva, plena, definitiva. Ya has llegado al final de la carrera de esta vida, y te has ido al lugar donde está Dios, y te has abrazado profundamente a Él.
P. Álvaro Gustavo Arias, Hernández, CMF
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